domingo, 30 de noviembre de 2014

Comenzar de nuevo




José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante      

Yo no sé si el problema empezó el miércoles, cuando llegué a que me hicieran la prueba del esfuerzo y en la que el resultado, según los doctores, fue positivo, es decir, que sí era portador de un problema en las arterias del corazón. No sé si empezó hace muchos años, con la suma de carnes asadas, taquitos de barbacoa, cigarros de todas marcas, licores de los mejores, especialmente Whisky Chequers, que para mí, sigue siendo de lo mejor, o desde antes, por el solo hecho de estar vivo, de someterme a las glorias y las penas de los humanos, que van desde la incertidumbre de la calificación, hasta las dudas por el trabajo o cualquier otra determinación en la vida.

No lo sé y creo que nunca voy a poder dilucidarlo. Lo que sí estoy cierto, es que para mí, es una nueva oportunidad de hacer la vida. Ya me explicaron que cuando a la gente le duele el pecho, como que se desgarra, como me pasaba a mí, lo que sigue es un infarto y generalmente, múltiples secuelas o tal vez, hasta la muerte.

Ya me explicaron que estuve a punto de tener un infarto y si no fue así, se debió al hecho de que oportunamente acudí al médico, a que me revisaran. Son muchos factores, son muchas variables pero lo único cierto es que estoy vivo y ahora, más animoso pues mi corazón quedó como de quince años.

Tina ha estado conmigo todo el tiempo, excepto el rato que fue a la casa a ayudarle a mi José a armar su maleta para irse a Guadalajara. Va de ponente al Congreso de Traductores “San Jerónimo” en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, lo que me llena de orgullo. Pao vino a verme acompañando a José. Daniel y Natalia se la pasaron más tiempo conmigo, cuidándome y acompañándome, como lo hizo el Lic. Jesús Vallejo, en los ratos que le dejó libre el Colegio, ir a cobrar un asunto, terminar una denuncia penal y cosillas así.

Vinieron mi mamá y mis hermanas, Piki y Lulú. Marisa del Castillo y Lulú Treviño, según aparecen en Facebook, que ahora es quien otorga los nombres correctos y quien determina si la gente existe o no.

Y vino mucha gente más a visitarme, entre ellos amigos, compadres, alumnos, como me hablaron por teléfono y también, me dejaron recaditos en redes sociales. A pesar de no tener el contacto físico, saber que ahí está la gente es una maravilla. Y leer lo que me dejan escrito, una delicia, aunque a veces uno sabe cómo que tiene algo de fondo el comentario, como cuando los alumnos dicen que esperan que cuando salga, sea más estricto… no entendí si con mi alimentación o con ellos… no entendí.  

Es una nueva oportunidad. Al parecer no me quedan secuelas, no me queda problema alguno. Deberé tomar un puño más de medicinas, pero bueno, eso es pecata minuta. Lo que importa es saber que estoy vivo, que tengo quien me quiera bien y además, muchos amigos. Gracias a todos por su cariño. Muchas gracias.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.










jueves, 27 de noviembre de 2014

¿Conoce usted Allende?

Acabo de tener el privilegio de estar en Reynosa, Tamaulipas, a impartir una clase de posgrado ante un grupo totalmente heterogéneo, abogados, pedagogos, líderes sindicales y más. Una especie de representación de la sociedad, pero en algo así como un microcosmos y ahí he aprendido. Esa es la parte formal, la interesante del asunto. 

Lo que viene a continuación es un agregado que me ha cimbrado de pies a cabeza. Mi esposa me acompañó, como lo ha hecho en mis periplos por la vida y al terminar la clase, cruzamos al extranjero, a Estados Unidos, precisamente a la zona urbana compuesta por Mission, McAllen, Hidalgo, Pharr y zonas circunvecinas. Yo, en la primera tienda encontré todo lo que buscaba, agoté mis reservas financieras y me di por satisfecho. Mi esposa entró a todas las tiendas, revisó toda la mercancía y al final, compró lo que pensó que algún día va a necesitar.

En ese esfuerzo, estuvimos en una tienda y me llamó la atención el lenguaje del dependiente: un perfecto spanglish. Es decir, ni inglés ni español. Una cruza de los dos. Y empezamos a platicar. Me contó que es de 1990, que su padre nació ahí, en Estados Unidos pero que su abuelo es de una región de México: Allende, Nuevo León y me preguntó, así, con emoción: ¿Conoce usted Allende? Al contestarle que sí, que lo conozco y que he estado muchas veces en su tierra, me dijo que él nunca ha cruzado tan adentro a México, nada más a Reynosa y se regresa de inmediato. ¿Por qué? −pregunté. Por la inseguridad.

Me dolió y mucho que esa sea la imagen de México en el exterior. Seguimos platicando, él muy atento, yo curioso, me fue explicando que su abuelo cruzó hace muchos años, huyendo de la pobreza de su tierra pero más, de la falta de oportunidades. Y allá hizo vida y tuvo hijos y regresó muchas veces de visita, ya con troka y todo. Perdón, troka quiere decir camioneta.

Pero su padre creció en la forma de vida de Estados Unidos, con documentos y todo y estudió hasta el high school, es decir, el equivalente a preparatoria. Y creció y tuvo hijos, uno de ellos es él. Y mi interlocutor, a sus 24 años conoce dos culturas, maneja dos idiomas, más bien tres: español, inglés y spanglish, que es la mezcla de los dos primeros y que solo quienes hemos vivido en la frontera, en ese espacio mágico a ambos lados del Río Bravo, podemos entender. Y hablamos de que llegó ese día al trabajo en su mueble, que es de ocho cilindros y corre mucho. Es un carro músculo. Es decir, es un automóvil, que eso quiere decir mueble, de los llamados en inglés muscle car, o carros poderosos, podría ser una traducción más o menos aceptable.

Y pudimos haber seguido platicando, pero me tenía que retirar. Mi pregunta es: ¿Es correcto que yo conozca Allende y él no?

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.


Dejo la imagen de un muscle car igual al que una vez tuve y que disfruté: 








domingo, 16 de noviembre de 2014

La realidad de México





José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante              

Uno de los principales deportes de México es hablar de los demás, bien o mal, de preferencia mal, pero siempre haciendo referencia a vidas y honras ajenas. De pronto, de quien estamos hablando en todos los lugares posibles es de México, así, como si fuera tercera persona, como si fuera ajeno a nosotros. De pronto resulta que todos opinan de lo que pasa en el país y todos tienen la verdadera solución en la mano, que los demás, en su ceguera y egoísmo, se han negado a entender.

Así, en la seguridad de que todos son el redentor que esperamos, he visto estos últimos días los problemas, la realidad de un país que pareciera que se desmorona, que la cohesión que siempre permitió decir que México aguanta todo, está llegando a su fin.

He buscado ser propositivo, es decir, busco lo bueno o lo mejor de las cosas, lo que construye y lo que aglutina; me aparto a propósito de lo negativo, de lo que lastima, de lo que busca destruir y así he hecho la vida. He buscado siempre hacer el bien a pesar de que no sea la forma correcta de hacer dinero.

La realidad en México es que la gente busca hacer dinero. Por sobre cualquier otra cosa, lo que importa, lo que vale, es el dinero. Es la única regla que tiene vigencia. Así lo han inculcado desde un capitalismo en el que solo quien tiene los bienes puede triunfar. Así lo entiende la gente y así se busca. Y obvio, de pronto los que piensan, los que tratan de ser y hacer más por su país, por su gente, estorban y sobran. Así lo siento.

Estoy (estamos) viviendo en un país en el que solo quien tiene dinero, posición y fuerza, es apto para vivir. Los demás, los románticos trasnochados, los que aún piensan que México debe salir adelante, salen (salimos) sobrando. Y eso es lo que me tiene espantado.

Hace mucho pensé tomar un fusil e irme a la sierra de Guerrero, a seguir a Genaro Vázquez pues tuve la fortuna de conocer de su existencia precisamente en los tiempos en que participó activamente en la vida pública de México. No me faltó valor y si, por el contrario, tuve la oportunidad de meditar en que lo último que México necesita es un muerto más. Lo que falta son maestros, guías de jóvenes que los ayuden a entender la realidad que vivimos.

Y siempre he pensado que la lucha armada es el último recurso. Que antes de las balas, debe existir la posibilidad del diálogo, la palabra como medio y como arma, de ambos lados, para defender las ideologías.

Y regreso al principio del problema. En México no hay ideologías actualmente. Lo único que cuenta es el dinero y es lo que busca la gente. La forma de lograrlo, siempre fuera de la ley, es relativamente fácil. Se convierten en salteadores de caminos, en secuestradores, en cobradores de piso, en políticos, en representantes populares, en dirigentes de partidos políticos o en cualquier otra forma de delincuencia organizada, formal o informal, que permita el ingreso fácil de dinero sucio. Y no hay consecuencia alguna.

Sin embargo, de pronto toda esa porquería que impera en el país, toda esa podredumbre, todo el manejo ilícito que ha prevalecido, toda la impunidad y cinismo que nos cobija, se ve descubierto por el hartazgo de la sociedad que, como el hombre, en realidad son buenos en lo individual, aun cuando en lo colectivo hayan perdido el rumbo.

Surgen los mesías, los iluminados que están seguros de que van a cambiar el país y quieren que los demás, todos, se plieguen a sus deseos y aspiraciones. Y cada uno tiene su propio medio y busca llevar agua a su molino. Y claro, buscan dinero. Así he conocido a varios líderes sociales que a la primera oportunidad han mostrado el barro de que estaban hechos y han dejado claro que el único dios que reconocen es el dinero y que su dignidad está en favor de quien paga.

Y he visto cómo alcanzan un puesto de elección popular y desde ahí, perfeccionan las prácticas que criticaban. Es parte del rechazo popular que más existe.

Entre los muertos de la tierra de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, la casa que se puede comprar con los ingresos de artista, el cansancio de los funcionarios y todo lo que ocupa el interés de la gente, pareciera que la tesis de que con un nuevo escándalo todo queda olvidado, tesis que maneja la película La Dictadura Perfecta y en la que sí logran cambiar la realidad, aquí es otra la verdad.

México ya no aguanta más. La ofensa, la palabra altisonante que lastima, el grito majadero que lacera y la burla y el escarnio como métodos de combate, no son de mi agrado. La lucha armada, menos. Eso ya lo superé. Pero veo la realidad, veo cómo se le habla con palabras que llevan plomo a nuestros próceres y no responden. Veo con tristeza que el tiempo de ser comedido, de ser atento y de buscar la conciliación, empieza a terminar.

De pronto veo a lo lejos a los guerrilleros de todos los tiempos, a Zapata, a Villa, a Lucio Blanco, que para la gente “de bien” siempre han sido unos bandoleros y veo que utilizaron la violencia como método de cambio. Y veo a Gandhi pidiendo una revolución pacífica y cómo logró cambiar las cosas, como veo a Mandela perdonando y uniendo a quienes lo apartaban. Y veo a México.

Sé, como abogado y constitucionalista que soy, que el respeto a la ley es base para lograr una sana convivencia humana. Mi pregunta es: ¿debo acatar la ley cuando es injusta? ¿Estoy obligado a respetar, en todas las formas posibles, a quienes han venido dañando a mi país? ¿Debo (debemos) permanecer impávidos ante las afrentas que recibe el país?

Al revolucionario, al que va en contra de las normas establecidas, al que busca romper los paradigmas existentes, al que destruye los íconos o representaciones de lo que para alguien tiene valor, a ese, al que lastima lo existente, se le llama iconoclasta. Al sumiso, al respetuoso, al que acata la instrucción aun cuando implique entregar su dignidad y su propio respeto, para cumplir la orden de una autoridad apócrifa, a pesar de que en su origen sea legítima, se le premia como ciudadano ejemplar. La disyuntiva está en ser el buen ciudadano que quiere la autoridad o en convertirse en el iconoclasta que todo lo critica, que todo lo cuestiona y que va a provocar el cambio a fuerza de insistir en no acatar lo ordenado.

En nosotros está la elección.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.